Influencias
Maestros
Juan Ramón Jiménez era el maestro indiscutido, el ídolo de aquellos jóvenes poetas que por los años veintitantos comenzaban a estrenar sus primeros versos en las revistas de poesía. En los orígenes de la generación, la influencia y el ejemplo de Juan Ramón fueron decisivos. Para estos poetas, como para su maestro, la belleza está por encima de todo. Fue Juan Ramón quien editó el primer libro de Pedro Salinas, Presagios, en su biblioteca Índice; quien publicó en sus revistas y cuadernos de poesía Sí, Índice, Ley... -poemas de casi todos los miembros de la generación; quien dio el espaldarazo a Rafael Alberti en la carta introductoria de la primera edición de Marinero en Tierra, en 1924. Por último fue Juan Ramón quien sirvió de enlace a la generación del 27 con la tradición lírica anterior, con Bécquer, y más atrás, con la poesía popular de los Cancioneros, que Alberti y Lorca supieron renovar con arte insuperable.
En los primeros años de la generación, es decir, los primeros años veinte, Machado no estaba de moda entre estos poetas. Reconocían la autenticidad y hondura de su obra, pero no la seguían. Pero luego, a partir de los años treinta, el valor de Machado fue subiendo para aquellos poetas y fue el más querido de todos ellos.
Paul Valery fue en la primera fase de la generación (1920-1928) un ídolo para muchos de ellos, un alto ejemplo de la poesía pura a la que aspiraban.
Ramón Gómez de la Serna, con sus deslumbradores hallazgos de imágenes novísimas les marca profundamente, sobre todo en sus comienzos.
Ortega y Gasset influye en la primera etapa de la generación con su libro La deshumanización del arte. Esta obra es un análisis del arte de vanguardia. En ella comienza Ortega señalando el carácter minoritario y antipopular del arte nuevo, que “divide al público en estas dos clases de hombres: los que lo entienden y los que no lo entienden”. Y tras ello estudia sus principales rasgos:
1.- Es un arte puro. Si la tradición decimonónica invitaba a valorar el arte por lo que tuviera de “humano”, de “real”, ahora se nos invita a valorar las puras calidades formales.
2.- De ahí que se tienda a la deshumanización. La voluntad de estilo o “estilización”, supone un alejamiento de la realidad y una eliminación de las emociones humanas, en pro de la pura emoción artística.
3.- Es por ello un arte intelectual, ya que no se funda en el contagio emocional, “El placer estético tiene que ser un placer inteligente”.
4.- El fin del arte se convierte en juego, lejos de todo patetismo.
Influencias del vanguardismo
Con el término de “vanguardias” se han designado en nuestro siglo a aquellos movimientos que se oponen a la estética anterior y que proponen, con sendos manifiestos, concepciones profundamente nuevas del arte y de las letras.
Los “ismos” vanguardistas se suceden a un ritmo muy rápido: Fauvismo, Futurismo, Expresionismo, Imaginismo, Cubismo, Dadaísmo, Surrealismo, etc. Aquí nos limitaremos a enumerar sucintamente aquellos movimientos que hicieron aportaciones sustanciales a los miembros del grupo del 27:
El Futurismo, que exalta la civilización mecánica y las conquistas de la técnica, aparece esporádicamente en los poetas del 27: Pedro Salinas escribe poemas a la bombilla eléctrica y a la máquina de escribir; Alberti compone un madrigal al billete del tranvía y canta a los actores de cine.
El Creacionismo defiende que el poema es un objeto autónomo, una “creación” absoluta: “hacer un poema como la naturaleza hace un árbol” es la divisa de Huidobro (el iniciador del movimiento). Así, el poeta cultivará el “juego de azar de las palabras” y una imagen que no se basa en la comparación entre dos realidades: éstas se aproximan de modo gratuito o en virtud de una relación arbitraria que el poeta crea entre ellas. Su máximo representante es Gerardo Diego.
La difusión del Surrealismo en España debe mucho al poeta Juan Larrea. Sus poemas, “artefactos animados, máquinas de fabricar emoción”, responden al Surrealismo más puro. Según Cernuda, a Larrea debe atribuirse la orientación surrealista de varios de los poetas del 27. Lo cierto es que casi todos los componentes del grupo (en cierto momento de su evolución) quedaron fuertemente marcados por este movimiento. A su influjo se deben varios libros fundamentales: Sobre los ángeles, de Alberti, Poeta en Nueva York, de Lorca... y buena parte de la obra de Vicente Aleixandre.
Sin embargo, los poetas del 27 tienden a frenar las estridencias, a poner una discreta criba ante la innovaciones. No son iconoclastas, como era el caso de ciertos movimientos de vanguardia. Conjugan tradición y revolución, desarrollándose a su modo, aunque el impulso inicial, venga, en parte, de fuera.
Literatura de vanguardia
El grupo de 1927 aparece doble situación histórico-litera, la española y la Europea, hacia 1920. En esa fecha, el Modernismo, que nunca tuvo en España la importancia que suele dársele, está definitivamente superado. Sólo siguen cultivándolo algunos poetas —los «posmodernistas»— que no están a la altura de los tiempos. En su mismo momento de sazón, el Modernismo no había atraído profundamente a ningún gran poeta, excepto Manuel Machado: ni a su hermano Antonio, ni a Unamuno, ni Juan Ramón Jiménez. Este último, sobre todo, se siente pronto impulsado por un afán innovador que lo convierte en el inmediato maestro de la generación del 27.
Junto a este magisterio está el de Ramón Gómez de la Serna. Si el famoso autor de Platero y yo bebió en fuentes extranjeras, que a través de él influyeron en sus seguidores, el inventor de las “greguerías” fue uno de los primeros autores que en Europa, no sólo en España, practicaron el arte de vanguardia.
De otro lado, lo mismo Juan Ramón que Gómez de la Serna deben mucho a la tradición literaria española, con lo cual la nueva poesía que trae consigo la generación de 1927, aunque en conexión y con dependencia respecto a Europa, toma rumbos propios. España se comporta en esta coyuntura como en tantas otras de su historia: sin extremar la posición novedosa, conjugando tradición y revolución, desarrollándose a su modo, aunque el impulso inicial venga, en parte, de fuera.
En Europa, en Francia sobre todo, soplan aires nuevos. La expresión arte de “vanguardia” expresa bien la actitud combativa de su corifeos. El movimiento se escinde en numerosos “ismos”: tras el futurismo italiano vienen cubismo, dadaísmo, surrealismo, en Francia; adanismo o acmeísmo, en Rusia; imaginismo, en Inglaterra (y en los Estados Unidos); ultraísmo y creacionismo, en España (y en Hispanoamérica).
El común denominador que subyace en el fondo de todas estas tendencias no excluye buena dosis de contradicción y de confusión. La literatura se entrega a un continuo ejercicio de experimentos creadores que coexisten en pugna o se suceden rápidamente. Hoy, pasado ese frenesí, cuando la vanguardia de antaño es ya retaguardia, resulta evidente que si tales "ismos" produjeron muchos manifiestos y teorías, crearon pocas obras perdurables. Pero resulta no menos evidente que la esforzada experimentación vanguardista fue fértil y alumbró enseñanzas que aún siguen en vigor.
Históricamente, la literatura de vanguardia es la que corresponde a la posguerra que siguió a 1918, aunque algún movimiento, corno el futurismo o el cubismo sea inmediatamente anterior. Durante unos diez años, el viejo continente disfruta, como suele ocurrir tras los grandes conflictos bélicos, una visible prosperidad y reina el optimismo. Se siente el deseo de olvidar los horrores pasarlos y se practica una literatura de «evasión». Estamos en el momento de lo que Ortega llamó la deshumanización del arte. El clima es semejante en España, que había permanecido neutral en la contienda europea.
Esta situación dura, aproximadamente, hasta 1930: la depresión económica de Occidente coincide con una honda crisis espiritual en la que naufragan el optimismo y los ideales que habían nutrido a la década anterior. La crisis afecta también a España, país cuya secular descomposición política no favorecía precisamente alegres evasiones. No es que haya división tajante; pero, a partir de la citada fecha, la poesía, manteniendo algunas adquisiciones de los «años veinte», perderá extremosidad y, a la vez, tomará otra trayectoria.

